Eran las 8:15 horas del 6 de agosto de 1945, cuando un avión estadounidense dejó caer a “Little Boy”, como nombraron a la bomba nuclear, sobre la ciudad de Hiroshima en Japón.
En solo 9 segundos más de 100 mil personas murieron, 60 mil resultaron gravemente heridas y la zona de la ciudad cercana al desastre quedó destrozada en un 80 %.
En un kilómetro y medio a la redonda de donde cayó la bomba, las personas fueron pulverizadas, ni siquiera hubo cuerpos que reconocer, todos se hicieron cenizas radiactivas. Para los sobrevivientes, las heridas provocaban que la piel se desprendiera de sus brazos como si fuera cáscara. Las quemaduras pasaron del rojo vivo de la carne, a un negro apestoso a podrido.
“El sol se hizo pedazos y cayó. La luz creció tanto que el cielo no puso soportarlo y se vino abajo. Ese día, también murió la luz”, fue uno de los testimonios de Makiko Kada, uno de los sobrevivientes.
