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El cambio de la movilidad de los “Ropavejeros” en Morelos

A bordo de su camioneta antigua, año 92 de redilas, color café, asientos todavía acolchonados, y en sus llaves un adorno que hace sonar ese racimo de llaves cada vez que va a introducir la lleva en switch de la camioneta, es en ese vehículo en el que Vicente Arias, día con día recorre las calles de Cuernavaca en busca de comprar “colchones, lavadoras, refrigeradores, estufas, licuadoras, o algo de fierro viejo que venda”.

¿Se acuerdan de ese sonido que escuchan en las calles de México?, así es como sale a trabajar Vicente.

Toda la vida, se ha dedicado a la venta y compra de diversos artículos del hogar que la gente a veces ya no ocupa, o que simplemente los desecha.

“A la mayoría de todos los objetos se le debe sacar el mayor provecho posible; extraer el cobre, cables, plásticos entre otras cosas”.

Vicente, es un hombre de 35 años, con las manos manchadas del polvo por las cosas que recolecta, siempre usa atuendos cómodos para subir y bajar objetos pesados.

En estos tiempos de pandemia también ha utilizado el cubrebocas y, para cubrirse del sol, lleva consigo siempre una gorra azul, en su mano izquierda un reloj para medir el tiempo de sus trayectos.

Su labor de recolectar “cacharros” la comenzó desde hace varios años, pero en aquel entonces no era en su camioneta, no, recorría las calles a pie y con un costal. Sí, los conocidos “ropavejeros”.

Hoy, ya no se ven como en aquellos tiempos, la temática ha cambiado y hoy incluso las cosas que se compran y vende ya no son las mismas; Vicente nos contó que tiempo atrás se trabajaba para un patrón, cada ropavejero tendría que cumplir con un peso específico de las cosas que recolectaban, cada ropavejero cumplía con al menos 4 toneladas a la semana, hoy no se recolecta ni media tonelada.

En cada recorrido Vicente se gasta 450 pesos diarios de gasolina para su camioneta, existen ocasiones en que se cumple esta cuota para cubrir el gasto del combustible, otras ocasiones apenas sale para las dos comidas diarias que él mismo se paga.

Vicente confesó que el andar todos los días en las calles de 9 de la mañana a 7 de la noche implica un cierto grado de riesgo, y aunque a veces no carga muchas cosas valor, lo han asaltado en tres ocasiones.

“Gracias a Dios, no me han quitado mi camioneta que es mi herramienta de trabajo”.

Los días, como en todo trabajo o labor, a veces son días buenos y hay días malos, en estos tiempos lo que más se llega a comprar y vender son los televisores antiguos, esos que tienen una caja inmensa detrás de la pantalla.

“A esos no se les saca mucho, solo algunas tarjetas verdes que si las compran todavía”, nos platicó Vicente, recordando que incluso muchos de estos aparatos viejos aún sirven, pero la gente ya ha renovado estos artefactos digitales.

Durante la pandemia, el año pasado, específicamente de marzo a junio las familias que permanecieron en casa por el decreto del resguardo domiciliario, aprovecharon el tiempo para asear sus hogares, en ese lapso la recolección de objetos subió hasta en un 80 por ciento.

Las ganancias fueron buenas en ese tiempo, se encontraba de todo, televisores (algunos con fallas y otros tantos en buen estado), muebles, colchones, cables, y un sinfín de artículos que la gente decidió desprenderse de ellos.

Esa actividad solo duró algunos meses, pues poco a poco las personas volvieron a sus actividades dentro de la nueva normalidad; ahora los tiempos se han vuelto difíciles en algunos días.

Para Vicente esta es su única fuente de economía, durante la pandemia aprendió muchas cosas, encontró alternativas en objetos que hoy son sinónimo de buenas ganancias a la hora de venderlos.

A veces el panorama no es del todo bueno, pero nunca ha desistido de seguir con esta labor.

La actividad de los “ropavejeros” ha disminuido, pero no dejarán de recorres las calles con ese singular sonido de “se compran, colchones, lavadoras, refrigeradores, estufas, licuadoras, o algo de fierro viejo que venda”.

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