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La leyenda de los huesos de la cueva en Morelos

Recuerdo que tenía alrededor de 15 años cuando junto con mi padre y abuelo, íbamos todos los días al campo para trabajar las tierras y llevar de comer a casa. Mi mamá se quedaba en la casa haciendo las tortillas a mano y preparando el almuerzo y comida que nos llevaban a media mañana. “Nomás” hacíamos una comida y ya por la tarde o noche nos “echábamos” otro taco.

Vivíamos en los límites de Guerrero y Morelos, allá por la zona de Amacuzac. No era peligroso como ahora, podíamos salirnos a las 4 de la mañana caminando y regresar cuando se ponía el sol después de las 6 pm. El único peligro que había, según mi papá, era que nos saliera una cascabel. Pero como nunca me inculcaron miedo, no me daba pendiente.

Bueno, les sigo contando. Todos los días llegábamos a un terreno grande, inmenso, con milpas y sembradíos de todo tipo. En una ocasión, me llevé un balón para entretenerme tantito, y lo jugaba cuando había una “chance”.

En cierta ocasión, me alejé tanto de donde estaban mi papá y abuelo, que llegué a una cueva que estaba al final de una vereda. Esa cueva se veía muy abandonada, pero con signos de que no era el primero que la encontraba.

– Mijo, ¿qué anda haciendo ahí? Es peligroso, regrésese.

– Nada, papá, ahorita voy, estaba recogiendo unas ramas.

Mi papá no sabía que en el lugar, a escasos 20 metros de la cueva, yo había encontrado unos huesos, los cuales tomé y los metí a un pequeño costal. Fue más la curiosidad que decidí llevármelas como quizá cualquier otro joven lo hubiera hecho.

Para no hacer el cuento largo, aquí comenzó mi pesadilla y lo peor que he vivido. Esa noche que llevé los huesos a casa y los oculté atrás de un ropero de madera para después verlos más detenidamente con curiosidad, comencé a sentir escalofríos.

Durante la noche, yo dormía en el mismo cuarto con mis papás, y mientras ellos estaban profundamente dormidos, el frío en mi cuerpo aumentaba. De pronto, comencé a escuchar que tocaban la puerta, salí y no había nadie. Ese mismo sonido continúa por al menos una hora.

Al siguiente día mi padre me preguntó sobre quién había tocado en la madrugada, yo le contesté que nadie.

Mi terror fue las noches siguientes, ya que a las 12 en punto, alguien se acercaba y tocaba la puerta, pero no era nadie. Y a las 3 de la mañana, despertaba porque sentía un ser que se acercaba y me susurraba al oído en un idioma que yo no entendía.

Tuve que decirle a mi papá sobre los huesos que había encontrado, me regañó y dijo que fuera por el sacerdote del pueblo.

El Padre llegó y bendijo la casa, pidiéndonos que diéramos santa sepultura a los restos encontrados. Lo hicimos ese mismo día y fuimos a dormir.

Desafortunadamente volvió a suceder lo mismo, tocaron la puerta, no era nadie, y toda la noche sentía nuevamente una persona hablándome de forma silenciosa, me movían la cama y sentía un frío que jamás había sentido.

A la mañana siguiente, decidimos sacar los huesos y llevarlos a donde los había encontrado. El lugar tenía un fuerte olor a azufre que penetraba hasta las entrañas.

Desde ese momento los golpes a la puerta cesaron. Pero yo jamás volví a dormir igual. Durante varios meses despertaba todos los días a las 3 de la mañana. No sé si era mi imaginación, pero eran lamentos y murmullos extraños los que me despertaban.

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